Ante
una ofensa, maltrato, una acción de alguien que nos haya ocasionado dolor,
humillación, algún hecho que nos haya causado indignación o cualquier situación
que nos hizo sentir infelices y que persista en nuestro interior, lo más sano
para nuestro propio beneficio es sacarlo de nuestra mente y sobre todo, de
nuestro corazón.
El perdón
debería ser como una autopista de doble vía… rápida y en ambos sentidos. Me
ofendiste, pediste perdón, te perdoné, lo olvidé y asunto resuelto.
Lamentablemente no funciona así, quien nos ha
lastimado, nos ha hecho daño o nos ha causado dolor, rara vez nos dará una
excusa o pedirá perdón.
El más
beneficiado con el perdón, es quien perdona, aunque necesariamente ese perdón
no esté acompañado por el olvido, al menos inicialmente. Es fácil decir “yo perdono” pero hay que
mirar qué sentimientos albergamos en nuestro interior.
Dicen
que quien no olvida no perdona, recordemos que olvidar y perdonar no son
sinónimos. Cuando nos decidimos a perdonar
de corazón ya estamos dando un paso importante en la sanación de nuestra mente
y espíritu, estamos evitando que ese sentimiento crezca, se convierta en rencor,
en resentimiento y nos dañe profundamente.
En el
proceso de sanación, cuando tomemos la decisión de perdonar, los recuerdos
negativos llegarán inevitablemente pero podemos proponernos cambiar ese
pensamiento, pensando en otra cosa cada
vez que nos llegue ese amargo recuerdo. Poco a poco esos recuerdos se irán
disipando, se irán espaciando cada vez más al igual que los sentimientos que
los acompañan. El malestar, el dolor, la
tristeza, irán desapareciendo.
Sabremos
que estamos curados cuando nos llegue el recuerdo de esa persona o situación
que nos hizo infelices y ya no nos
importe, ya no nos lastime. El tiempo es el mejor bálsamo para curar
sentimientos negativos.
L. CEDEÑO S.
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