“La
soledad no tiene que ser lúgubre o en blanco y negro… La soledad es una gran
maestra que me ha enseñado a ocupar mi tiempo y respetar mis silencios”
L. Cedeño S.
La
soledad es una amiga incondicional, siempre dispuesta a acompañarnos. Puede entrar por la puerta principal, sin
invitación, sin equipaje e instalarse en nuestra alma, en nuestro corazón, si
límite de tiempo. Como huésped, apreciado
y recién llegado, nos sentiremos cómodos con su presencia.
Será
una grata compañía, al menos en principio, pues compartiremos con ella largas
horas de quietud y silencio. Es una gran
amiga que solo responderá con nuestros propios pensamientos y sentimientos, porque es una gran maestra en el arte de
escuchar nuestro corazón. No se molestará si estamos de mal humor, si reímos, o
lloramos. Puede darnos algún consejo que
ilumine nuestra mente.
Sin
importar el motivo que nos acerque a ella, bien por trabajo que requiera
concentración, por alguna enfermedad, porque necesitemos superar el final de una
relación, por confinamiento, por un
duelo, por tristeza o simple decisión personal, la soledad ya estará presente, observándonos fiel y atentamente. Mientras compartamos con ella debemos verla
como lo que es, una amiga invisible, no la vemos, pero está ahí a entera
disposición, siempre lista para acompañarnos.
Pero ante
todo, debemos recordar que la naturaleza humana requiere afecto y compañía real, estar solo (sin una relación emocional, íntima), no es igual a ser solitario (sin relaciones
familiares o amistades). El ser humano
necesita relacionarse con sus semejantes, necesita ese contacto físico y espiritual.
La
soledad más común es la que toca nuestra puerta cuando reducimos nuestro
círculo de amigos, apenas saludamos a vecinos, compañeros de trabajo y
conocidos, cuando preferimos quedarnos en casa, en lugar de compartir… Esta soledad es muy común en nuestra
sociedad, no solamente entre personas de avanzada edad, sino también entre
personas jóvenes. La inseguridad que vivimos en las grandes ciudades inicialmente
nos acorrala, nos acomodamos a esa situación y terminamos confinados a nuestros
hogares, abriendo la puerta, alojando a la soledad.
Si
decidimos “albergar” a la soledad y esta permanece por tiempo prolongado, se
convertirá en un huésped no grato, porque puede llevarnos a la depresión,
ansiedad o angustia. Nuestro propio ser interno nos dirá cuándo
debemos dar por terminada la visita de la soledad, nos dirá si necesitamos
ayuda para separarnos de ella.
Le
daremos las gracias y la sacaremos de nuestro corazón, haciendo espacio en
nuestro hábitat espiritual para albergar sentimientos y acontecimientos de alegría y felicidad.
L. CEDEÑO S.
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