jueves, 28 de mayo de 2015

EL IRUPÉ - Leyenda de Amor Guaraní

El Irupé, conocida como Victoria Regia, o Victoria Cruziana, cuyas hojas pueden llegar a medir hasta dos metros de diámetro, (en guaraní significa plato sobre el agua), es una flor enorme,  entre 20 y 40 centímetros, de una belleza impactante.  Sus pétalos son brillantes, de color blanco nacarado en el exterior y rosado en el interior.  El tono rosa se intensifica, llegando al rojo intenso en su interior.  La flor nace en la oscuridad de la noche, luciendo su extraordinaria belleza, brillantez y su inigualable, suave y dulce perfume durante el día; al llegar la noche, sus pétalos se cierran y se sumerge lentamente, durante toda la noche, para volver a desplegar su esplendorosa belleza y perfume al amanecer. Originaria de América, (crece en los grandes ríos del Paraguay y la Mesopotamia Argentina), esta flor envuelve una de las más hermosas historias de amor contenidas en la obra “Leyendas Guaranies” del escritor, historiador y folklorista argentino Ernesto Morales, (Buenos Aires, 1890-1949).



 EL IRUPÉ – La leyenda:

 “Pitá y Moroti se amaban, y si él era el más esforzado de los guerreros de la tribu,  ella era la más gentil y hermosa de las doncellas.  Pero no estaba en los designios de Ñandé Yara el que fueran felices: inspiró una mala idea a la joven, exaltando su orgullo y coquetería.

Una tarde, al caer el crepúsculo, cuando varios guerreros y doncellas se paseaban por las orillas del Paraná, Moroti dijo: ¿Quieren ver todo lo que es capaz de hacer por mí este guerrero? ¡Miren!

Y diciendo esto, se sacó uno de sus brazaletes y lo arrojó al agua.  Después, volviéndose hacia Pitá, que, como buen guerrero guaraní era un excelente nadador, le invitó a zambullirse en busca del brazalete.  Mas esperaron inútilmente que Pitá apareciera en la superficie.

Moroti y sus acompañantes, alarmados, comenzaron a dar gritos…  En vano todo.  El guerrero no aparecía.

La desolación corrió pronto por la tribu.  Lloraban y se lamentaban las mujeres, en tanto los ancianos hacían conjuros para que volviese el guerrero.  Solo Morotí, muda del dolor y el arrepentimiento, como ajena a todo, ni lloraba siquiera.

El hechicero de la tribu, Pegcoé, explicó lo que ocurría.  Dijo, con la certeza de quien todo lo hubiese visto:

Pitá es ahora el prisionero de I Cuñá Payé.  Hundido en las aguas.  Pitá se ha visto preso por la propia hechicera, y conducido a su palacio.  Allí, Pitá ha olvidado toda su vida anterior; ha olvidado a Morotí, y se ha dejado amar por la hechicera; por eso no vuelve.  Es necesario ir a buscarlo.  Se halla ahora en la más rica de las cámaras del palacio de I Cuñá Payé.  Y si el palacio es todo de oro, la cámara donde ahora Pitá se halla en brazos de la hechicera está fabricada de diamantes.  Bebe olvido de los labios de la hermosa I Cuñá Payé, que tantos bellos guerreros nos ha robado.  Por eso Pitá no vuelve.  Es necesario buscarlo.

¡Yo lo buscaré! – exclamó Morotí -  ¡Yo lo buscaré!

Tú debes buscarlo, sí – dijo Pegcoé-.  Tú eres la única que puede rescatarlo del amor de la hechicera. Tú eres la única, si en verdad lo amas, que puede, con tu amor humano, vencer el amor maléfico de ella.  ¡Ve y tráelo!   Morotí se ató en los pies un peñasco y se arrojó al río.

Toda la noche esperó la tribu la aparición de ambos jóvenes, llorando las mujeres, cantando los guerreros y haciendo conjuros vencedores del mal los ancianos.

Con los primeros rayos de la aurora, vieron flotar sobre las aguas las hojas de una planta desconocida, era el Irupé.  Y vieron aparecer una flor hermosa y rara, tan grande, bella y aromada, como nunca vieran otra flor en la región.  Sus pétalos eran blancos los del centro y rojos los del exterior.  Blancos como era el nombre de la doncella desaparecida: Morotí.  Rojos como el guerrero: Pitá.  Exhaló un suspiro la bella flor y volvió a sumergirse en las aguas.

Pegcoé, el hechicero, fue quien habló, explicando lo que ocurría a sus desencantados compañeros:

Pitá ha sido rescatado por Morotí. ¡Alegrémonos!  Ellos se aman.  La malévola hechicera que tantos guerreros nos ha robado para satisfacer su amor, ha sido vencida por el amor humano de Morotí.  En esa flor que acaba de aparecer sobre las ondas yo he visto a Morotí en los pétalos blancos a los que abrazaban y besaban, como en un rapto de amor, los pétalos rojos.  Esos pétalos rojos representan a Pitá.


             Ilustración de Ramón Oviedo, "Maestro Ilustre de la Pintura 
                          Dominicana".  Barahona, Rep. Dominicana, 1927.

Y, descendientes de Morotí y Pitá son esos hermosos Irupés que decoran las aguas de los grandes ríos.  En el instante del amor, aparecen sobre las aguas las bellas flores blancas y rojas del Irupé, se besan y vuelven a sumergirse, porque surgen para recordar a los hombres que, si por satisfacer el capricho de la mujer que amaba, un hombre se sacrificó, esta mujer supo rescatarlo sacrificándose a su vez por el amado.  Y si la flor del Irupé es tan bella y fragante, lo es por haber nacido del amor y  del arrepentimiento”.




L.CEDEÑO S.




Fuente: “Cuentos y Leyendas de Amor para Niños”, Coedición Latinoamericana de Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y El Caribe (CERLALC) y el Fondo Internacional de Promoción de la Cultura y la División de Fomento del Libro y de los Intercambios Culturales Internacionales de la UNESCO., para difundir la literatura infantil propia de nuestro entorno. 



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