La definición
de la palabra destino, literalmente dice:
“Esa fuerza desconocida de la que
se cree que actúa de manera inevitable sobre las personas y los
acontecimientos”. La “fuerza
desconocida” nos indica un poder que obviamente ignoramos y la palabra “inevitable”, da como válido algo necesario, de lo cual no
podemos escapar. La pregunta entonces sería:
¿Para qué conocer el futuro si ya está predeterminado por esa fuerza
desconocida y para qué preocuparse por lo inevitable?
La gran
inquietud del hombre de todos los tiempos:
“Quisiera conocer mi destino, me gustaría saber qué me depara el futuro,
quisiera saber si el destino ciertamente ya está escrito ”.
Esta
preocupación o miedo al futuro (destino), ha llevado al ser humano a la
búsqueda de respuestas en los cielos y la tierra, a través de dioses y magos. Los adivinadores, los predictores del destino han sido buscados por el hombre en todos los
tiempos, tratando de apaciguar esa sed insaciable de conocer sus buenos
designios pero principalmente, saber cómo evitar la adversidad.
El
hombre nace en su respectivo círculo de semejantes. En muchas culturas la
palabra destino es casi sagrada, escuchándose a menudo afirmaciones como: “Dios así lo había dispuesto”, “ese era
su destino”, “nació marcado con ese destino”, etc. Para los que creen en la ley del karma, la
vida lo colocará junto a todos aquellos
con quienes tiene que relacionarse en esta vida, instruyéndole sobre la responsabilidad
de lograr méritos para un mejor destino en su próxima encarnación. Para los astrólogos el destino de cada
individuo estará determinado por su carta natal, otros profesionales de la
conducta humana dicen que dependerá del país, la cultura y la educación que
reciba la persona. No importa desde qué
perspectiva se mire, el ser humano es único, diferente a todos sus semejantes. Su lugar de nacimiento, raza, educación o
posición económica no determinarán su destino individual porque existe algo que
se llama “libre albedrío”.
Dicen
los maestros que, justamente por su libre albedrío, el destino, aún dentro del plan divino, se va
construyendo, se va labrando, se modifica con cada paso que damos en diferentes
etapas de la vida.
Cada
vez que tomamos una decisión estamos haciendo cimientos de destino. Cuando pensamos en el destino siempre lo
relacionamos con el futuro, olvidando que constantemente estamos dando pasos, tomando decisiones. En el aquí y ahora, estamos viviendo el
destino presente, resultante de las acciones y decisiones que hemos tomado
hasta el momento.
En ese
diario vivir que nos lleva a lo que llamamos “destino” siempre habrá obstáculos
que superar. Habrá ocasiones en que nos preguntaremos por qué pasaron las cosas
y si hubiésemos podido evitarlas. Tal vez nunca encontremos una explicación. Habrá
situaciones que se nos salgan de las manos, que nos hagan sentir impotentes, se
nos presentarán acontecimientos fatales, resultados decepcionantes o
inesperados. Esos momentos de impotencia, de sentir que nuestra situación
depende de algo más allá de lo humano, nos obligarán a pensar en palabras como
la suerte o el destino. Necesitaremos calmarnos hasta la serenidad
para pensar en aquello de “la fuerza desconocida” y la
palabra “inevitable”.
Nuestra
mejor contribución para un “buen destino personal” es ser cuidadosos respecto a
nuestros pensamientos, deseos y
decisiones, hacer uso de nuestro libre
albedrío con la sabiduría para elegir
entre las diferentes oportunidades que se nos presentan. Con determinación, sin miedo al porvenir, actuar
correctamente, sin lastimar a los demás, tratando siempre de atraer hacia nosotros una mejor calidad de vida.
En este sentido, podríamos alcanzar una meta de destino perseguida por todos
pues la felicidad y el buen destino caminan de la mano como compañeros
inseparables.
“Señor
concédeme serenidad para las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las
cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia, viviendo un
día a la vez…” Reinhold
Niebuhr.
L.
CEDEÑO S.
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