En todas las
civilizaciones, a través del tiempo y de acuerdo a las diferentes creencias religiosas de la
humanidad, hemos encontrado indicios de la oración. La construcción de los templos milenarios que
conocemos, nos hablan de la necesidad del hombre de establecer comunicación, un
contacto con algo que si no comprende, siente que está por encima de su
condición humana. Anterior al cristianismo tenemos antiquísimas oraciones entre
budistas, hindúes, judaísmo, musulmanes… Oraciones, algunas, a manera de poemas, cánticos o
alabanzas. Es difícil determinar cuándo
fue la primera vez que el hombre oró, de manera personal. Lo que sí sabemos es que todo ser humano,
desde el principio del mundo, en algún momento ha elevado su mirada al cielo o
ha cerrado sus ojos, inhalando o “suspirando” interiormente, en comunión con
algo superior, consciente o inconscientemente.
La oración que nos
enseñan en la niñez, la oración “aprendida” que, recitamos, es el primer
vínculo de amor, de contacto con lo divino que experimentamos. De ahí el compromiso de los padres en la
iniciación de sus hijos en la religión, creencia o disciplina que profesarán. Esa oración aprendida es el
despertar de la devoción, la reverencia y el fervor que necesitaremos en los
momentos de oración. Quien de niño aprenda a rezar, seguro de adulto sentirá
satisfacción y comunión con el Creador al orar.
En principio, rezamos
por costumbre, “recitamos” las oraciones
o salmos aprendidos. Más adelante “hablamos con Dios”, con nuestras propias
palabras, orando por nosotros mismos o a intención de terceras personas. Oramos
ante alguna necesidad, arrepentimiento,
para hacer todo tipo de peticiones, pedir perdón, para agradecer, para pedir
bendiciones, dar gracias, hacer ofrendas o cualquier otra cosa que se nos
ocurra. No importa el motivo, Dios
siempre está ahí para escucharnos.
El sentido de la
oración es acercarnos a Dios, a la Divinidad, al Creador, al Padre (como quiera
que lo identifiquemos). Algunas religiones oran, por obligación,
varias veces al día… Muchos iniciados en
otras filosofías oran después de una meditación. Oremos
donde nos sintamos mejor en nuestro
entorno. Podemos sentarnos cómodamente, juntar las manos, o extender los brazos al
cielo, algunos prefieren ir a un templo
y arrodillarse, los reclinatorios que usaban nuestros antepasados para rezar de
rodillas han desaparecido de los hogares.
Para orar, lo más
importante es la intención, tener un corazón abierto, ese sentimiento de
respeto, reverencia y concentración.
Cualquier momento o lugar es bueno para orar. Sin embargo, un ambiente de paz y silencio,
un momento del día asignado expresamente para la oración diaria, será siempre más sublime,
íntima y gratificante. Es más fácil
orar, cuando estamos relajados, solos y en silencio. Al comienzo, o al final de nuestras
oraciones, incluyamos siempre un “Gracias”, el agradecimiento trae consigo
nuevas bendiciones.
Recordemos siempre que
la oración es un “Don” que Dios le ha otorgado al ser humano para acercarse y comunicarse
directamente con El, para expresar nuestros pensamientos, sentimientos y
deseos… Para lograr hacer tacto espiritual, una íntima comunión con el Creador. .
“Mi
oración, como el incienso, se eleve a ti mi Señor”… ¡Gracias Padre, Dios de Luz, dador de Vida!
L. Cedeño S.
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