Cada
nueva generación aduce que llevar una vida espiritual era más fácil para las
generaciones anteriores, cuando la vida era más tranquila, más lenta.
La
espiritualidad, esa conexión con Dios, con lo divino, como queramos llamarlo, nace
con el ser humano, es inherente al alma; a lo largo de nuestra vida se cultiva,
muchas veces inconscientemente, por tradiciones transmitidas, pero cuando la
reconocemos y asimilamos como parte de nosotros mismos crecerá a pasos
agigantados y sin detenerse.
Con
frecuencia confundimos la espiritualidad con la religión. Una persona que cultiva su espiritualidad no
tiene necesariamente que vivir sumergida en iglesias, templos o volverse
ermitaño. Claro que, poder retirarnos a
ese lugar especial soñado, o un monasterio si tuviéramos la oportunidad, sería
una gran experiencia espiritual.
Lamentablemente, en nuestro tiempo, para el ser humano común el
verdadero reto es mantener paz interior,
llevando una vida espiritual paralela a la vida cotidiana, cumpliendo
con las exigencias familiares, laborales, económicas y de la sociedad en la
cual nos desenvolvemos.
Nuestra
espiritualidad empieza todos los días, desde el momento en que despertamos y
agradecemos por un nuevo día, por las nuevas energías, por las actividades que
habremos de realizar. Diariamente tendremos que tomar decisiones, descubriremos
que la vida nos pone trampas que tratarán de distraernos de nuestro camino
espiritual, de nuestro plan divino; trampas que deberemos identificar y
superar. Cada uno es responsable de su crecimiento espiritual el cual es
imposible si no superamos el desafío que representa el materialismo y la falta
de sensibilidad del mundo que hoy vivimos.
No
establecer límites entre lo que es y lo que no es espiritual, no criticar la
manera como los demás viven su mundo espiritual, es parte de nuestro propio
aprendizaje, si recordamos que cada ser, de acuerdo con su propio grado de
evolución, encontrará la guía, el camino correcto hacia su vida espiritual.
Realizar
nuestra vida diaria de la mejor manera posible, cuidar nuestros propios
pensamientos, actuar sin afectar, sin lastimar, sin atropellar, sin
menospreciar a los demás, sobre todo
verbalmente, es un desarrollo
espiritual; la sensibilidad ante el dolor ajeno, el cuidado de la vida de todos
los seres vivientes, de la vida misma del planeta, siempre que podamos hacer el
bien sin mirar a quién y sin esperar recompensa alguna, pedir por los que
sufren, es una ganancia espiritual.
Agradecer por nuestros familiares, amigos nuestras actividades, así como disfrutar nuestros momentos de soledad y
felicidad es crecimiento espiritual.
L. CEDEÑO S.
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