martes, 8 de septiembre de 2015

ROSALES HEREDADOS


Las rosas son las únicas flores inconfundibles, que reconocemos de manera natural porque siempre hemos estado en contacto con ellas. Han acompañado a la humanidad en todos los tiempos, símbolo femenino y sagrado de varias religiones. Han inspirado pasión, pero sobre todo amor.  Antiguamente, al construir una nueva casa la primera planta que se tomaba en cuenta para iniciar el jardín era la rosa. Se consideraba una planta no solo decorativa, por su elegancia y belleza, sino también una planta de suerte.  Se decía que los rosales podían  compartir sus profundos misterios con quien las cultivaba y cuidaba. La rosa es frágil pero nada que ver con la fortaleza de un rosal bien atendido.

Mi amigo Juan heredó su casa materna, en la cual levantó su familia y recientemente sus dos nietos.  Una tarde muy calurosa, mientras arreglaba los rosales se sintió  cansado, decidió tomarse un rato y se sentó frente al rosal.  Observando la casa recordó varios cambios hechos cuando él era niño; algún cambio de color, el techo, las escaleras y cómo siendo ya adulto había renovado el interior, la cocina, las puertas, ventanas, baños y hasta removido árboles grandes del jardín.

Solo un lugar había permanecido intacto: el espacio de las rosas.  Recordó que su esposa realizó muchos cambios en la casa, pero nunca mencionó el rosal, como tampoco su madre.  Mirando fijamente el rosal sintió una sensación indescriptible en el pecho, según sus propias palabras, se sintió henchido de alegría, cayendo en cuenta por primera vez que toda su vida había visto el mismo rosal.

Desfilaron por su mente recuerdos de su difunta esposa, su madre y sus abuelos atendiendo las rosas, recordó algún florero dentro de la casa rebosante de rosas o un hermoso bouquet para llevar como presente a alguna invitación, celebración, o para la iglesia. Episodios que se repetían y se repetían por años.  También recordó, que siendo él muy niño, su abuelo le mostraba orgulloso el rosal que ya existía cuando su abuelo era niño.  Pensó en cuántas generaciones habían compartido con el mismo rosal sus momentos de felicidad, nacimientos, bodas, duelo, incontables celebraciones.

Pensó que a sus 84 años posiblemente el rosal también le sobrevivirá,  que tal vez el día de su partida le acompañarán sus rosas aromáticas, elegantes y alegres. Pensó con amor en ese rosal, amigo siempre fiel,  que cuando él ya se haya ido seguirá embelleciendo el que fuera su hogar, el hogar de sus ancestros, que disfrutarán sus nietos y quién sabe si otras generaciones por venir. 


L. CEDEÑO S.

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