Las rosas son las únicas flores
inconfundibles, que reconocemos de manera natural porque siempre hemos estado
en contacto con ellas. Han acompañado a la humanidad en todos los tiempos,
símbolo femenino y sagrado de varias religiones. Han inspirado pasión, pero
sobre todo amor. Antiguamente, al
construir una nueva casa la primera planta que se tomaba en cuenta para iniciar
el jardín era la rosa. Se consideraba una planta no solo decorativa, por su
elegancia y belleza, sino también una planta de suerte. Se decía que los rosales podían compartir sus profundos misterios con quien
las cultivaba y cuidaba. La rosa es frágil pero nada que ver con la fortaleza
de un rosal bien atendido.
Mi amigo Juan heredó su casa
materna, en la cual levantó su familia y recientemente sus dos nietos. Una tarde muy calurosa, mientras arreglaba
los rosales se sintió cansado, decidió tomarse
un rato y se sentó frente al rosal. Observando
la casa recordó varios cambios hechos cuando él era niño; algún cambio de
color, el techo, las escaleras y cómo siendo ya adulto había renovado el
interior, la cocina, las puertas, ventanas, baños y hasta removido árboles
grandes del jardín.
Solo un lugar había permanecido
intacto: el espacio de las rosas.
Recordó que su esposa realizó muchos cambios en la casa, pero nunca
mencionó el rosal, como tampoco su madre.
Mirando fijamente el rosal sintió una sensación indescriptible en el
pecho, según sus propias palabras, se sintió henchido de alegría, cayendo en
cuenta por primera vez que toda su vida había visto el mismo rosal.
Desfilaron por su mente recuerdos de
su difunta esposa, su madre y sus abuelos atendiendo las rosas, recordó algún
florero dentro de la casa rebosante de rosas o un hermoso bouquet para llevar
como presente a alguna invitación, celebración, o para la iglesia. Episodios
que se repetían y se repetían por años.
También recordó, que siendo él muy niño, su abuelo le mostraba orgulloso
el rosal que ya existía cuando su abuelo era niño. Pensó en cuántas generaciones habían
compartido con el mismo rosal sus momentos de felicidad, nacimientos, bodas,
duelo, incontables celebraciones.
Pensó que a sus 84 años posiblemente
el rosal también le sobrevivirá, que tal
vez el día de su partida le acompañarán sus rosas aromáticas, elegantes y
alegres. Pensó con amor en ese rosal, amigo siempre fiel, que cuando él ya se haya ido seguirá
embelleciendo el que fuera su hogar, el hogar de sus ancestros, que disfrutarán
sus nietos y quién sabe si otras generaciones por venir.
L. CEDEÑO S.
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