Los seres humanos somos educados para integrarnos a una sociedad que
siempre esperará de cada uno de nosotros un comportamiento “maduro”. Usualmente consideramos que un joven o
cualquier persona adulta es madura, por la imagen que proyecta, de acuerdo al medio en el cual
se desenvuelve. A quien no desentona y se conduce de acuerdo a su grupo, se le
considera una persona normal y madura. La
madurez del ser humano va más allá de la condición de seguir la corriente
impuesta por la sociedad misma, no se trata de confraternidad u obediencia,
porque es algo íntimo, algo personal de cada uno de nosotros, sin importar el
estatus y mucho menos la edad.
Alguien, muy jocosamente, decía: “La etapa más difícil de la madurez son
los primeros 40 años”. Aunque nos cause
risa, algunas personas llegan a su segunda etapa de 40 años sin haber pensado
nunca en la palabra madurez, simplemente han vivido, porque la madurez “no es
obligatoria” como tal, la madurez llega muchas veces inadvertidamente. Es por esto que la madurez no es directamente
proporcional a la edad. La madurez va de
la mano con la experiencia. Por alguna razón el ser humano debe tener sus
propias vivencias.
Alcanzamos la madurez en la medida en que somos capaces de pensar y
decidir por nosotros mismos, en la medida en que podemos analizar y asimilar conscientemente
las experiencias y aprendizaje recibidos en cada una de las etapas que hemos
vivido. En la medida en que “aprendemos”,
maduramos, desarrollamos una intuición natural que nos muestra el camino o nos
alerta a hacer un “Alto” ante cualquier encrucijada. Madurando aprendemos a no
lamentar el pasado, pensando “cómo
hubiera sido si…” o temer al futuro con un
“Y… si sucede que…”, sino con
valentía tomar decisiones y vivir la vida presente de la mejor manera posible.
Maduramos y crecemos cuando aprendemos a no juzgar, a no criticar a los demás, a callar cuando es necesario y sobre
todo, cuando nos enfocamos cada vez más en ser protagonistas de nuestra propia vida, tomando
el timón de nuestro futuro, con sosiego, claridad mental, independencia
emocional, disfrutando esa paz interior que solo encontramos en nosotros mismos.
No significa que nos apartamos del mundo que nos rodea, o nos volvemos
egocéntricos, significa que íntimamente hemos aprendido de nosotros mismos, y ese
aprendizaje nos ha ayudado a reaccionar y tomar decisiones con coraje y
determinación ante las equivocaciones pasadas y los momentos difíciles por
venir. La madurez nos abre el camino
para “Vivir una Vida a la Vez”.
L. Cedeño S.
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