viernes, 28 de noviembre de 2014

ENRIQUECIMIENTO OBSCENO

                        Un nuevo-viejo pecado de naturaleza humana

El enriquecimiento por legado, por arduo trabajo o fortuito nunca ha sido motivo de reproche o duda de la honestidad del hombre, tampoco ha reñido con su desarrollo espiritual.   Antes bien, le suma cualidades personales y sociales en la medida en que utiliza sabiamente su patrimonio. Las normas del buen comportamiento humano de antiguas sociedades y religiones (Cristianismo, Islám, Hinduismo, Budismo, Judaísmo), solo para mencionar algunos, nunca han sancionado la riqueza material. 

Pero cuando hablamos de enriquecimiento obsceno a expensas del prójimo no podemos evitar asociarlo a lo ilícito,  tanto en el plano de las leyes del hombre, como en el plano de las leyes divinas. 
  
Toda sociedad, para que exista una efectiva convivencia, tiene que estar conformada por leyes que impongan orden, buen comportamiento  y castiguen las faltas a esas leyes, en igualdad para todos los seres humanos que conformen esa sociedad. Un pilar fundamental para la elaboración de códigos de comportamiento humano ha sido siempre la religión. Encontramos por ejemplo el código de ley más antiguo del cual se tenga conocimiento: “El Código de Hammurabi”, Mesopotamia, 1750 a. c.,  el rey del mismo nombre  recibió el código directamente del dios Shamash, dios del sol y la justicia.  El Corán,  fue revelado por Dios al profeta Muhammad, a través del Ángel Gabriel. En la Biblia, Moisés recibe el Decálogo de los 10 Mandamientos directamente de Dios.

Si definimos ley, como herramienta del hombre, diríamos: “Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o se prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados”.  Según la ley de Dios: “Precepto u orden de un superior a un inferior”.

Así como se modifican las leyes del hombre, de acuerdo a la evolución, los hechos históricos, nuevos descubrimientos médicos o tecnológicos, en la modernización de la religión católica encontramos actualizaciones, identificando nuevas modalidades de transgresión a las leyes de Dios y por tanto, del hombre mismo.

El “Decálogo de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios” entregado a Moisés, base para la elaboración de leyes universales, ha sido transgredido por la humanidad de tantas formas, que practicando solo el primer mandamiento, “Amar a Dios sobre todas las cosas”, aún  con los cambios del nuevo milenio, no hubiera sido necesario adicionar como falta grave los “Nuevos pecados Sociales”.

El 10 de marzo de 2008, el Tribunal de la Penitenciaría Apostólica del Vaticano, divulgó  la actualización de los denominados Nuevos pecados Sociales en adición a los “Pecados Capitales”.  Recordemos los pecados  capitales originales, promulgados por el papa Gregorio Magno, en el siglo VI, con su virtud correlativa: Lujuria – virtud castidad, Gula /Ebriedad – virtud, moderación, continencia, templanza, Avaricia – virtud, generosidad, desprendimiento, Pereza – virtud, laboriosidad, diligencia, Ira – virtud, paciencia, serenidad, Envidia – virtud, caridad, conformidad, Soberbia – Virtud, humildad.

Los nuevos pecados sociales  (pecados capitales) adicionados por la Iglesia Católica en el 2008, son:

  • Realizar manipulaciones genéticas
  • Llevar a cabo experimentos sobre seres humanos, incluidos embriones.
  • Contaminar el medio ambiente
  • Provocar injusticia social
  • Causar pobreza
  • Consumir drogas, y;
  • Enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común.
Este último nos llama mucho la atención, porque lo percibimos, lo palpamos, no solo a nuestro alrededor, sino en el mundo entero.  Es increíble las cifras que escuchamos, en negociaciones y escándalos financieros, cuyos ceros ya no caben en pantalla.  El enriquecimiento a expensas del bien común, por supuesto,  estará siempre fuera de la moralidad. Las negociaciones de insumos y servicios entre conglomerados, particulares e incluso entre naciones, son innumerables e imperdonables.  Imperdonables no solo porque violan las leyes, sino porque en la misma medida afectan a los seres humanos, afectan su calidad de vida, afectan su esencia, su espíritu.
Claro que esto no es nuevo, el enriquecimiento con base, por ejemplo en las guerras, es tan antiguo como el hombre mismo.  Apoderarse de los bienes del adversario siempre ha sido parte de la historia.  Las invasiones a otros pueblos para obtención de ganancias materiales, la explotación minera que sacrifica la flora, la fauna y la salud humana, la contaminación de las aguas, el tráfico de personas (incluyendo varias modalidades de  esclavitud), el contrabando, las sustancias ilícitas, no son crímenes modernos contra la humanidad, solo que en el presente, con el alcance de las comunicaciones, los hechos se denuncian, se conocen.   
   
El pecado social del “Enriquecimiento obsceno a expensas de los demás” envuelve y genera otros pecados; atropella la dignidad, causa sensación de impotencia, desmoraliza, fomenta el soborno, la prevaricación, el fraude y sobre todo, fomenta el tráfico de influencia, que es un mal difícil de detectar y castigar, un mal que permea todas las instancias, trae corrupción y todas las faltas a la ética y la moral; el tráfico de influencia puede comprar todo aquello que el dinero fácil puede pagar, un mal que no se menciona como pecado grave.

Por supuesto que hay que catalogar como pecado social la falta de transparencia en el manejo de los fondos públicos.  Funcionarios de gobiernos que se enriquecen obscenamente, privando a sus ciudadanos de derechos básicos, como la salud, la alimentación y  la educación, para no mencionar otros derechos que los gobiernos, principalmente de países del tercer mundo, ni siquiera consideran como necesarios. ¿Puede haber mayor pecado que enriquecerse causando desnutrición o enfermedades? ¿Qué pecado puede ser más grave que enriquecerse sustituyendo los medicamentos por placebos? 

Es triste reconocer que la humanidad sigue evolucionando, cometiendo los mismos errores, potencializando su capacidad para el mal.  Más triste aún es pensar que no importa cuántas nuevas leyes o cuántos pecados nuevos se adicionen, porque por avaricia, el hombre viola todas las leyes. Muy atrás quedó la “Ley de Talión” (hacer al agresor lo mismo que hizo a su víctima). El hombre ha perdido el temor a sus propias leyes y a las leyes de Dios, se burla de las leyes y se ampara en la impunidad. Lamentablemente, la naturaleza perversa siempre ha habitado en el interior algunos seres humanos. 
  
El enriquecimiento obsceno a expensas de los demás,  es doblemente pecaminoso porque no solo involucra otros pecados sociales ya mencionados: “Causar Pobreza” y “Provocar Injusticia Social”, sino porque toda acción en desmedro de la calidad de vida, el desarrollo y el bienestar humano, toda acción que cause infelicidad, toda acción que cause desigualdad, atenta contra la ley del hombre y las leyes divinas.

Se ha demostrado que crear nuevas leyes o detectar, actualizar o adicionar nuevos pecados, no ha resuelto los problemas del mundo, ya tenemos cientos de leyes,  decálogos y listas de pecados en todas las religiones.  Leyes humanas y divinas que el hombre en su naturaleza hostil transgrede continuamente.

Educar desde el núcleo familiar mismo, transmitir valores que se han perdido, despertar esa chispa divina que habita en cada ser, fomentar el amor al prójimo, restar atención al materialismo, podría formar un mundo que albergue generaciones de mejores seres humanos.


L. CEDEÑO S

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